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martes, 9 de noviembre de 2010

La fuga I


“Es como si de repente nada fuera interesante”. Es una frase que ha estado rebotando en mi cabeza. Las ciudades pueden ser bastante aburridas. El problema de la rutina es que se adentra hasta los huesos, haciendo que los actos no cobren un sentido. He notado que desde que vivo en Madrid, he hecho demasiado caso a la cultura visual, a la frialdad de la ciudad. No he encontrado gente interesante, de hecho estoy notando que una ciudad como Madrid es un centro neurálgico en el que convergen distintos ríos de migraciones. Hace años, este confluencia de migraciones, podría haber desarrollado un ambiente intercultural, creativo y posiblemente un sólido puente al que llegar a una orilla dónde podamos ver una perspectiva distinta: un cambio en el discurso sobre el entendimiento de las personas. Sin embargo las personas se quedan en su sitio, con un propósito incierto y una borrosa intención de significar.
He notado que hay ciertos grupos que se consolidan al llegar a esta ciudad como “alternativos”.  Se mezclan pero a la vez se hacen notar. Conocer a estas personas es una curiosa experiencia. Personalmente he podido experimentar cómo algunas de estas personas creen encarnar un espíritu innovador y revolucionario. Analizando la situación se observa que estos grupos suelen formarse mediante personas muy introducidas dentro del status quo. Con esto quiero decir que normalmente los movimientos que se salen de la norma suelen ser bloqueados mediante su comercialización: el propio sistema socioeconómico tiene una herramienta muy poderosa en sus manos para absorber y transformar todo aquello que salte la regla. Le pasó al movimiento por los derechos homosexuales, le está pasando al ecologismo, y por supuesto le está pasando a toda una generación de jóvenes cuya iniciativa a crear algo diferente se ve eclipsada por un aplastante mercado de consumo.
Muchas de las personas que son conscientes de ello parecen ver una solución en un desarrollo profesional y personal en el extranjero. Muchos lo llaman “fuga de cerebros” como una especie de reproche, como una traición hacia el Estado. Sin embargo me pregunto si es la sociedad española la que no proporciona herramientas de defensa para combatir la apatía creativa. Esta sociedad podría describirse como rancia, atrasada, insensible a la necesidad de cambio, ¿es posible pensar de ella como una sociedad miedosa? Probablemente, ya que la sociedad española no parece ser consciente del terrible conformismo que va royendo el futuro desarrollo y que es una clara herencia de ciertas políticas dictatoriales destinadas a crucificar la innovación (tanto económica como cultural y filosóficamente). ¿No es acaso esta herencia y las actuales decisiones políticas las que favorecen esta “fuga”?
Es una idea que habría que desarrollar.
(Artículo también disponible en IRemixed

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